jueves, 2 de abril de 2009

Capítulo octavo

Del consejo que dio a un peregrino

Encaramado a un peñasco, / enmimismado en mí mismo,
conforme es la tradición / entre el eremitismo
así me encontraba yo, en el / más completo mutismo,
impertérrito aunque se / desencadenase un seísmo.
Me divisó en este trance /algún que otro pastor;
“¿se encuentra usted bien?” / me dijo; también algún cazador
me hizo la misma pregunta, / y mirando alrededor:
“¿no habrá una cámara oculta /o será usted un actor?”

Poco a poco en la comarca /acabé siendo conocido,
los chavales me espiaban / cuando estaba más abstraído.
“¡El loco de la montaña!”, / y ese apodo, repetido,
se extendió de boca en boca / (o mejor de boca en oído).

Una mañana me hallaba / en plena meditación
cuando un “¡eo!” me despierta / y saca de mi ensoñación.
“¿Es usted el loco?”; / yo, encaramado a un peñón,
miro abajo y veo a un hombre / que escala hacia mi posición.
—Pudiera ser, ¿qué desea? / —Aguarde, que voy —subió;
era un hombre como de / treinta años le echaba yo.

Respiraba fatigado /por lo veloz que ascendió;
Cuando recobró el resuello / de este modo principió:
—Me han dicho es usted un sabio / que vive aquí en soledad,
un filósofo prodigio / no obstante su corta edad…
Yo iba a protestar movido / por un deje de humildad;
él me dijo: —No hable ahora, / hable tras la publicidad.

Es usted un hombre santo / —continuó—, un dalai
lama o algo parecido, / un gurú, un maestro yedái
—se acercó hacia mí—, un sensei, / un lama, un coach of life,
¿hay algo de cierto en esto? / Me pisó un pie; dije: —¡Ay!

—Vengo a consultarle porque / mi vida se ha embarrancado,
me han echado del trabajo, / mi esposa me ha abandonado…
Yo, que aún me doloría / del pie que me había pisado,
le repliqué: —Pero, hombre, / vaya usted con más cuidado.

El hombre quedó suspenso, / me miró con confusión:
—¿Significa eso que debo / prestar mayor atención
a los hechos cotidianos, / sopesando cada acción?
—Y mirar por dónde anda / y también pedir perdón.
—Ya comprendo… entiendo… sí…. / lo que quiere usted decir:
No debe uno ambicionar / un brillante porvenir
ni poner las miras en / conquistar y conseguir,
pues vivir lo cotidiano es / el auténtico vivir,
valorando el día a día /pero siempre con modestia…

—Sobre todo es importante /que no haga usted más el bestia.

—Ya voy captando el sentido / profundo de su respuesta:
el hombre de hoy ha perdido / el rumbo y se desorienta,
arrasa con cuanto encuentra, / camina sin humildad…
—Y marcha, además de ello, / a una gran velocidad
—Oh, me ha abierto usted los ojos / a esta tremenda verdad:
Hay que volver al antiguo / paso de la humanidad.

Adios, me voy —dijo este tío plomizo
y yo quedé con paso arrastradizo.