lunes, 1 de junio de 2009

Capítulo décimo

Donde entra en contacto y abrazo con otras culturas

Quedé convertido así / en predicador de la masa
que cada día se agolpaba / a las puertas de mi casa;
desde el alto ejecutivo / hasta la plebe más rasa
de toda clase y sustrato / venían a darme la brasa.

En el ránking de consultas / tenía un lugar principal
todo lo referente al / crecimiento personal;
la gente ponía un empeño / en ser perfecta e ideal
que de verdad creo se / apartaba de lo normal.

El tema de la salud / venía en segundo lugar;
aunque más que de sanar, / suturar o reparar,
la gente que a mí llegaba / me solía preguntar
sobre ética y dietética / en una mezcla singular.
Pues imperaba en la masa / el extraño pensamiento
de que la virtud se encuentra / vinculada al alimento,
y uno es tanto más feliz / y se halla tanto más contento
cuanto más su dieta es / rica en oligoelemementos
( y ojo, que no niego yo / que haya parte de razón
y así quien consume litio / sea de calma condición;
pero en esto, como en todo, / hay mucha exageración
y no por ingerir fósforo / se alcanza iluminación).

Vencían la soja y el brócoli,
pero más triunfaba el muesli
lo peor, grasas y fécula,
y el mayor diablo, el cátering.

En ésas estaba cuando / oigo en la cercanía un estruendo
un rumor de nuevo como / el de árboles cayendo.

-¿A quién le rugen las tripas / de ese modo tan tremendo?

Y al volver la vista atrás / hallé la respuesta viendo
que hacía mí se dirigía / una enorme concurrencia
escoltando a una mujer / de muy grande corpulencia,
el suelo parecía incluso / temblar ante su presencia;
vestía una túnica hindú / de mucha magnificencia.

—Mire, maestro, esta mujer / ha venido de la India

—Bueno, ¿y qué tal por allí?/ —le pregunté a la individua
mientras le tendía la mano / que me estrechó con insidia.

—Es mundialmente famosa / por su condición ofidia.

—¿Cómo es eso? —pregunté, / al tiempo que me frotaba
la mano que del aprieto / me quedara biselada.

—Esta mujer es famosa / y en todo el mundo admirada
porque, por lo visto, abraza / de una forma inusitada.
Si sufres una congoja, / esta mujer te apretuja
y si hay algo que te aflige / con mayor fuerza te estruja
y no te suelta aun en caso / de que tu columna cruja
o de que en tu boca empiece / a formarse una burbuja,
y de este modo constrictor / esta persona anaconda
te libra de las angustias / y te transmite buena onda.
Pregúntale a alguien qué siente / y es común que te responda
que al soltarle siente como / una liberación muy honda.
El asunto es que la gente / forma colas durante horas
y se llenan los estadios / por ver a esta abrazadora.
¿Quiere usted, maestro, que / le abrace esta señora?

Es gratis —me animó / la persona introductora.

—Bueno, vale —accedí yo / con un verso aterrador,
y esta mujer indostana / me dio un abrazo feroz.

—¿Cómo se siente, maestro? / —preguntó el introductor.

—Pues me siento como si / hubiera metido un gol.

jueves, 7 de mayo de 2009

Capítulo noveno

De los consejos que dio a más peregrinos

Tres días después de ocurrirme este episodio,
los pies todavía dentro de un barreño,
proveniente del bosque hacia mi choza oigo
un rumor como de árboles cayendo.
Fui a mirar, confieso que intrigado,
a qué razón obedecía aquel estrépito,
abrí la puerta y quedé asombrado:
frente a mí se disponía todo un ejército:

—Pero —dudé—, ¿qué significa esto?
—Hemos venido a verle, oh gran maestro.

Esta fue la primera jornada
de otras iguales que vinieron después:
gente agolpada en torno a mi morada,
sin faltar uno, todos los días del mes.
De tanta gente como hacía el camino
a mi cabaña se registraban retenciones,
ni te cuento, lector, domingos y festivos
y ya no digo nada en vacaciones.

Venían de toda España: “revélame algo”;
llegó a venir incluso un tío de Glasgow.

Había quienes, boqueando como peces,
se me quedaban mirando extasiados,
de pronto se arrojaban a mis pieses,
me tiraban de la falda y del calzado.
Otros, en tono menos suplicante,
pero igual o más, si cabe, de entusiastas,
me asían del cuello para fotografiarse
y eran, por lo común, bastante plastas.

Unos y otros requerían mi saber
y acababa por formarse una melee.

—Pero al fin —exclamé ya un día, harto
del acoso y derribo de mis fieles—,
pero al fin —logré escalar a mi peñasco,
rota la túnica — al fin, ¿qué es lo que quieren?

—¡Oh! —exclamó la multitud a mis palabras—,
¡oh! —dijeron—, el maestro se ha expresado,
yo que vengo de rodillas y de espaldas,
doy ya este sacrificio por bien empleado.
—Yo también repetiría peregrinaje
—dijo un tío que había hecho a gatas el viaje.

Había entre los presentes un exegeta,
al parecer de acendrada reputación.
este hombre mis palabras interpreta,
Bien oiréis lo que dijo a continuación:

—Lo que el maestro ha querido trasmitirnos
es que debemos hacer examen de conciencia,
y buscar dentro de nosotros mismos
cuáles son nuestras íntimas preferencias.

—Muy bien —respondió la gente—, ha hablado que es un primor,
otro que lo exegetase no le exegetaría mejor.

Y con esta enseñanza tan profunda,
fruto de la apertura de mi mente,
se fue por fin toda aquella barahúnda
yo esperaba que definitivamente.
Pero qué equivocado me encontraba,
pues no habían pasado de allí a cuatro horas
cuando el bosque en derredor de nuevo brama
y de retorno aparece la horda.

—Maestro, pero, así, en líneas generales,
¿cuáles serían los mejores ideales?

jueves, 2 de abril de 2009

Capítulo octavo

Del consejo que dio a un peregrino

Encaramado a un peñasco, / enmimismado en mí mismo,
conforme es la tradición / entre el eremitismo
así me encontraba yo, en el / más completo mutismo,
impertérrito aunque se / desencadenase un seísmo.
Me divisó en este trance /algún que otro pastor;
“¿se encuentra usted bien?” / me dijo; también algún cazador
me hizo la misma pregunta, / y mirando alrededor:
“¿no habrá una cámara oculta /o será usted un actor?”

Poco a poco en la comarca /acabé siendo conocido,
los chavales me espiaban / cuando estaba más abstraído.
“¡El loco de la montaña!”, / y ese apodo, repetido,
se extendió de boca en boca / (o mejor de boca en oído).

Una mañana me hallaba / en plena meditación
cuando un “¡eo!” me despierta / y saca de mi ensoñación.
“¿Es usted el loco?”; / yo, encaramado a un peñón,
miro abajo y veo a un hombre / que escala hacia mi posición.
—Pudiera ser, ¿qué desea? / —Aguarde, que voy —subió;
era un hombre como de / treinta años le echaba yo.

Respiraba fatigado /por lo veloz que ascendió;
Cuando recobró el resuello / de este modo principió:
—Me han dicho es usted un sabio / que vive aquí en soledad,
un filósofo prodigio / no obstante su corta edad…
Yo iba a protestar movido / por un deje de humildad;
él me dijo: —No hable ahora, / hable tras la publicidad.

Es usted un hombre santo / —continuó—, un dalai
lama o algo parecido, / un gurú, un maestro yedái
—se acercó hacia mí—, un sensei, / un lama, un coach of life,
¿hay algo de cierto en esto? / Me pisó un pie; dije: —¡Ay!

—Vengo a consultarle porque / mi vida se ha embarrancado,
me han echado del trabajo, / mi esposa me ha abandonado…
Yo, que aún me doloría / del pie que me había pisado,
le repliqué: —Pero, hombre, / vaya usted con más cuidado.

El hombre quedó suspenso, / me miró con confusión:
—¿Significa eso que debo / prestar mayor atención
a los hechos cotidianos, / sopesando cada acción?
—Y mirar por dónde anda / y también pedir perdón.
—Ya comprendo… entiendo… sí…. / lo que quiere usted decir:
No debe uno ambicionar / un brillante porvenir
ni poner las miras en / conquistar y conseguir,
pues vivir lo cotidiano es / el auténtico vivir,
valorando el día a día /pero siempre con modestia…

—Sobre todo es importante /que no haga usted más el bestia.

—Ya voy captando el sentido / profundo de su respuesta:
el hombre de hoy ha perdido / el rumbo y se desorienta,
arrasa con cuanto encuentra, / camina sin humildad…
—Y marcha, además de ello, / a una gran velocidad
—Oh, me ha abierto usted los ojos / a esta tremenda verdad:
Hay que volver al antiguo / paso de la humanidad.

Adios, me voy —dijo este tío plomizo
y yo quedé con paso arrastradizo.

domingo, 8 de febrero de 2009

Capítulo séptimo

En el que comienza su clausura

El ir, lector, en taxi a mi clausura
no fue por apurar comodidades;
motivos, si cabe, más materiales
me llevaron a tomar esta postura.
Ocurre que no había infraestructura
de transporte público a mis soledades,
de haber trenes o autobuses regulares,
los tomara, no importaba la apretura.
En taxi hube, pues, de seguir la senda
retirada de aquellos pocos sabios…
las cifras corrían de forma tremenda
a una velocidad de mil diablos,
¡como transcurre el tiempo y no perdona
cuando uno pasa el límite de zona!

La cabaña a la que iba retirado
a vivir una vida recoleta,
perteneció antes a otro anacoreta
que, por lo visto, ya se había jubilado.
Nada en la choza había de recargado,
no hallé más mueble que una colchoneta
y un cristo al que sujetaba una chincheta
porque aun pareciera lujo estar clavado.
No había luz, ni gas, ni agua corriente,
no había tampoco vajilla ni cubiertos;
no vi en todo el lugar ni un recipiente
era, en suma, el eremitorio perfecto.
No sé qué harían los viejos ermitaños;
yo firmé una hipoteca a veinte años.

La cabaña se encontraba situada
en el medio de un paraje boscoso,
junto a ella corría un río nemoroso
y había un efluvio a flora delicada.
Trescientas aves de exótica trinada
proferían un cántico armonioso;
ciervos y ardillas de pelaje hermoso
surgían al claro desde la arbolada.
Al fondo destacaba la silueta,
de corte abrupto y nevada su cima,
de uno de los más altos montes del planeta;
y a su lado, disputándole la estima,
se encontraba una antena Movistar
que daba cobertura a aquel lugar.

En lo que se refiere al alimento,
había por aquellos andurriales
abundancia de fruta y vegetales
con los que procurarme mi sustento.
La sed también era tema resuelto
pues corrían, con profusión, fluviales
aguas mineromedicinales
y también ricas en oligoelementos.
Y en lo tocante al tema, ya me entiendes,
tampoco abrigaba preocupaciones,
pues estando ya la partida en ciernes
me había provisto bien de cañamones.
Pues cuán dura sería la vida del asceta
sin fumarse de vez en cuando un peta.

Una vez me hube así instalado,
al día siguiente, sin mayor demora,
salí al bosque a la más temprana hora
a meditar, conforme había pensado.
Y fuera por no estar acostumbrado,
fuera, tal vez, a causa de la flora,
que me embriagaba, o de la mucha ave canora,
o simplemente porque estaba empanado,
el caso fue que, dejada a su albedrío
la mente, no halló otro tema mejor
que quedarse girando en el vacío
como el reloj de la pantalla del Word.
¡Así de presto descubrí yo mi inmanencia
y alcancé la Supresión de la Conciencia!

lunes, 19 de enero de 2009

Capítulo sexto

Donde adquiere valores y se compra ropa para dar el gran paso

Despedida mi familia, / vuelvo al arte alejandrino,
celebrando cual se debe / este tránsito intestino;
visto mis mejores galas / y ropa de lo más fino
para emular a esos otros / agraciados del destino
-hablo de aquellos santones , / sapientísimos varones,
que en los más agrestes pagos /y recónditos rincones
en la mayor soledad / y máximas privaciones
se retiran a rezar / y hacer elucubraciones-.
Para igualarte a ellos / tan sólo es necesario
obrar en lo Absoluto, / trascender lo primario,
y si uno no tiene tiempo / o anda muy mal de horario
siempre puede recurrir / al atajo literario.

Se encuentra, sin esfuerzo, / en Coelho y otra gente,
una guía para integrarse / en la cósmica corriente;
pero si aun con los libros / resulta insuficiente
se vende ya en fascículos: / “Cómo ser trascendente”:
en deuvedé o cederrón, / en diez prácticas lecciones,
aprende uno a recibir / las mejores vibraciones
y continuar vibrando / luego en todas sus acciones.
¡No es extraño que anden ya / por las cincuenta ediciones!
En hacer acopio de este / corpus proselitista
que en unos pocos selectos / dice haber puesto su vista
gasté todos mis ahorros, / y una empresa transportista
me ayudó a cargar, no miento, / más de seiscientas revistas.
Por lo menos. Pero junto / a esta libresca impedimenta
(casi un par toneladas / generadas en la imprenta),
era también importante / la adecuada vestimenta,
más bien de estética hippy, / al estilo años sesenta.
Una túnica muy amplia, / que llegara hasta el tobillo,
es lo que suele vestir / la gente en este mundillo,
las venden en tonos mate, / aunque son mejor con brillo,
ceñidas a la cintura / con un cordón muy sencillo.
Adquirí luego un colgante / a lucir en la pechera,
algo que me distinguiese / y, a la par, favoreciera,
no el emblema de la paz / ni una cruz celta o ibera,
algo propio y actual: / el símbolo de la esfera:

O

que representa el cosmos / en su totalidad,
su materia indefinible / y su univoquicidad,
describe también el ciclo / de la temporalidad
y es un espacio idóneo / para incluir publicidad.

Calzaría siempre sandalias, /como había prometido;
probé con unas de esparto, / pero me hacían sarpullido,
con las de cuero sudaba, / con las de dedo… jodido.
me compré al fin unas chanclas / de piscina, marca Speedo.

El pelo desgreñado / y las barbas fluviales,
pues ignoro por qué oscuras / conexiones mentales
el sabio y el peluquero / siempre han sido entes rivales;
usaría, eso sí, champús / (o champúes) frutales.

Asimismo me pondría / en la cabeza una cinta
para que tanta melena / no me impidiese la vista,
aunque con ese aderezo, /si vamos a ser realistas,
más que un sabio visionario /parecía yo un tenista.

Pertrechado de este modo / con mis libros, mis afeites,
y vestido de la guisa /que describí anteriormente,
busqué un taxi, mas ninguno /quiso admitirme de cliente,
¿sería tal vez por el ojo / que había pintado en mi frente?