jueves, 7 de mayo de 2009

Capítulo noveno

De los consejos que dio a más peregrinos

Tres días después de ocurrirme este episodio,
los pies todavía dentro de un barreño,
proveniente del bosque hacia mi choza oigo
un rumor como de árboles cayendo.
Fui a mirar, confieso que intrigado,
a qué razón obedecía aquel estrépito,
abrí la puerta y quedé asombrado:
frente a mí se disponía todo un ejército:

—Pero —dudé—, ¿qué significa esto?
—Hemos venido a verle, oh gran maestro.

Esta fue la primera jornada
de otras iguales que vinieron después:
gente agolpada en torno a mi morada,
sin faltar uno, todos los días del mes.
De tanta gente como hacía el camino
a mi cabaña se registraban retenciones,
ni te cuento, lector, domingos y festivos
y ya no digo nada en vacaciones.

Venían de toda España: “revélame algo”;
llegó a venir incluso un tío de Glasgow.

Había quienes, boqueando como peces,
se me quedaban mirando extasiados,
de pronto se arrojaban a mis pieses,
me tiraban de la falda y del calzado.
Otros, en tono menos suplicante,
pero igual o más, si cabe, de entusiastas,
me asían del cuello para fotografiarse
y eran, por lo común, bastante plastas.

Unos y otros requerían mi saber
y acababa por formarse una melee.

—Pero al fin —exclamé ya un día, harto
del acoso y derribo de mis fieles—,
pero al fin —logré escalar a mi peñasco,
rota la túnica — al fin, ¿qué es lo que quieren?

—¡Oh! —exclamó la multitud a mis palabras—,
¡oh! —dijeron—, el maestro se ha expresado,
yo que vengo de rodillas y de espaldas,
doy ya este sacrificio por bien empleado.
—Yo también repetiría peregrinaje
—dijo un tío que había hecho a gatas el viaje.

Había entre los presentes un exegeta,
al parecer de acendrada reputación.
este hombre mis palabras interpreta,
Bien oiréis lo que dijo a continuación:

—Lo que el maestro ha querido trasmitirnos
es que debemos hacer examen de conciencia,
y buscar dentro de nosotros mismos
cuáles son nuestras íntimas preferencias.

—Muy bien —respondió la gente—, ha hablado que es un primor,
otro que lo exegetase no le exegetaría mejor.

Y con esta enseñanza tan profunda,
fruto de la apertura de mi mente,
se fue por fin toda aquella barahúnda
yo esperaba que definitivamente.
Pero qué equivocado me encontraba,
pues no habían pasado de allí a cuatro horas
cuando el bosque en derredor de nuevo brama
y de retorno aparece la horda.

—Maestro, pero, así, en líneas generales,
¿cuáles serían los mejores ideales?