martes, 30 de diciembre de 2008

Capítulo quinto

En el que comunica su decisión a sus seres queridos. Reacción que hubo en ellos

Aquí permitirás, lector amigo,
que me rebaje un poco la exigencia,
no es que fuera muy alta, ya te digo,
pero voy a permitirme esa licencia.
Sobre todo porque este capitulillo
acontece en la casa de mis padres,
donde, debido al precio del ladrillo,
vivía yo, sin poder emanciparme.
Rimaré, pues, en pijama y chanclas,
con barba de tres días, el pelo crespo,
tal cual solía moverme por la casa
tal cual hablé esa tarde ante mis viejos.

—Socios —les dije, así yo les llamaba—
mañana marcho a ahondar en mi interior…

—Eso está bien —me interrumpió mi padre—,
yo lo he hecho y tengo alto el colesterol.

—No me refiero a eso, me refiero
a volverme hacía mí mismo, a inspeccionarme,
en busca de lo que hay en mí de bueno,
dejar, a ser posible, atrás la carne…

—Esto está bien —me interrumpió mi padre—,
No conviene abusar de carne y huevos…

—Dejadme terminar, os lo suplico:
mañana mismo olvido lo terreno
y me lanzo por la senda del espíritu.
Mi meta es conectar con lo Supremo,
llegar a contactar con lo Más Alto…

Mi madre dijo: “Muy bien, hijo mío,
siempre es útil tener buenos contactos…”

—Pero no, por favor, dejad que siga,
que acabe de explicar lo que pretendo:
voy a abrirme a una nueva perspectiva,
voy a ensamblar mi espíritu en lo eterno…

—Pues yo, hijo, ¿qué quieres que te diga?,
no te destaques mucho, te prevengo.

—Voy, en suma —concluí ya con impaciencia—,
a abandonar el nido paternal;
mañana empiezo una nueva existencia
lejos de la zozobra terrenal.
Tengo pensado irme a un lugar lejano,
un paraje desierto y solitario,
donde no llegue ni el deporte extremo,
donde no exista lo civilizado.
Voy, en fin, a convertirme en ermitaño”.

Dijo mi madre: “Eso, ¿qué significa?
Le respondí: “Lo mismo que eremita”.

—Adiós a los paisajes de mi infancia,
adiós a los días sin preocupaciones,
ya no más tres meses de vacaciones,
ya no más diez días en Semana Santa.
Nunca más levantarse a mediodía,
se acabó el Cola Cao y las tostadas,
no volveré a encontrarme hecha la cama
ni estaré a mesa puesta y recogida.
Tendré que prepararme yo la muda,
atarme yo a mí mismo los zapatos,
tendré yo, sin apoyo y sin ayuda,
que partirme los filetes en cachos.
Será, no obstante, fatiga bien empleada
si con ella me elevo a las alturas,
¡hasta el dormir con la luz apagada!
¡Al día siguiente comenzaba mi aventura!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Exquisito, bonito, excelente, gustoso. Te acabo de encontrar y ya no me separo. A ver cómo sales de ésta.

om shanti

Anónimo dijo...

jajajaja
qué bueno , cómo molas...
desde luego cada vez me alegro más de haberme enviciado con esto de los blogs...
me imagino un teatro lleno de gente y una compañía de teatro clásico representando este pasaje dentro de 60 años....